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“El amor de un sólo corazón puede marcar la diferencia”

Immaculeé Ilibagiza

EXPERIENCIA

La Ruanda del año de 1994, sufrió un impresionante genocidio, cuando se puso candente la guerra entre etnias.

La historia de Immaculée Iligagiza, cuando era apenas una estudiante universitaria, quién en aquel año viajó a la pascua con su familia compuesta por sus padres y sus tres hermanos en Ruanda. Ellos son pertenecientes de una minoritaria etnia de aquella nación, los Tutsi, bajo el régimen gobernado por otra etnia que gozan de un régimen extremista, los Hutu.

En la fecha del 6 de abril de ese año,  el que fuera presidente de Ruanda sufrió un accidente al desplomarse el avión en el que viajaba, el gobernante era de  la etnia Hutu, y el poder pensó que los rebeldes Tutsi era los responsables de la caída del avión donde muriera el gobernante. De inmediato se prohibió a todo aquel Tutsi a abandonar su país, dando comienzo la matanza de esta etnia, cuando esto sucedió los padres de Immaculée la enviaron a esconderse en la vivienda de un pastor religioso de la etnia Hutu. La familia se disperso para esconderse en distintos lugares.

Donde se refugió Immaculée, también estaban otras siete mujeres refugiadas, todas compartían la misma etnia, eran Tutsi. Su refugio no era más que un pequeño cuarto de baño en la casa del pastor.  Los pequeños hijos del pastor nunca supieron de la presencia de sus huéspedes, pues se les informó que la llave de ese baño estaba extraviada.  Las mujeres se mantenían informadas de los crudos acontecimientos pues el pastor colocaba diariamente un aparato de radio fuera del baño, ahí escuchaban a través de la BBC como día a día era mayor el número de Tutsi asesinados, acrecentando sus miedos. Lloraban en silencio al saber que familias completas habían sido exterminadas. Las mujeres no se atrevían a emitir un solo ruido, por temor a ser descubiertas, se comunicaban entre sí por medio de señas que se hacían con las manos. El pastor a discreción les proveía alimento y agua, bajaban la palanca del inodoro al momento en que escuchaban que en el otro baño lo hacían, para confundir sus ruidos.

Llegó el día en que los asesinos Hutu entraron a la vivienda del pastor a buscar posibles Tutsi, a Immaculée sólo se le ocurrió rezar el rosario en silencio. Las mujeres tuvieron que contener el aliento al escuchar que los asesinos se aproximaban hacia el baño donde ellas estaban.  Se fueron milagrosamente sin intentar entrar a ese baño, como precaución se instalo un armario frente a la puerta de ese baño, colocando además algunas maletas sobre el mismo. Las noticias diarias aumentaban el odio que se albergaba en el corazón de Immaculée, como si fuera más fuerte su deseo de venganza. En su claustro se maldecía su propia existencia, revelándose contra Dios.  Para mitigar su odio, leía la biblia diariamente, fue a través de la biblia que Immaculée hizo vivo en su espíritu el poder del perdón, comprendió que al salir de ese baño, cuando recuperara su libertad, no podría vivir con odio y rencor, por eso albergó el perdón.

Con el tiempo los Hutus fueron derrotados, y se entero que toda su familia había sido muerta, sus abuelos, padres, hermanos, primos, sólo un hermano le sobrevivió. Más de un millón de personas fueron asesinadas en aquel tiempo del genocidio. Uno de sus vecinos Hutu había sido el asesino de su familia, cuando Imaculéé se entero que se encontraba preso,  acudió a prisión a visitarlo. Su reacción fue desafiante, pero ella con toda calma y sinceridad le dijo “Te perdono”, en ese momento sintió una paz en su alma.

Ella se liberó del odio y del rencor, encontrando su paz en Dios, su fortaleza. El asesino sólo inclinó su cabeza. El cuidador de la celda, un Tutsi, le recriminó que ella perdonará al asesino de su familia, años después volvió a ver a aquel celador y le dijo cuanto había cambiado su vida por aquella lección de perdón.

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